enero 29, 2005
Rom�n Riquelme juega al f�tbol en una canchita lodosa sin principio ni fin en el penitenciario de Niderbipp, con sus zapatos de punta roma que en cada shut reinventan un tab�. Tab�es como el protoca�o, la oruga torpe, el abigarrado gent�o y la mercanc�a barata sobre los tenderos, met�foras que emanan de un submarino toque de bal�n que no termina de gustarle a la gente. En Niderbipp, sin embargo, se le juzga distinto. Los internos se han anticipado a la cita con la pompa de los grandes eventos. Anoche, Rom�n hoje� las cr�nicas de Bochini para darse fuerza.
Apenas rodaba el bal�n cuando la voz de un Nosferatu el�ctrico, proveniente de las bocinas del Penal, ordena entrar a las celdas a las siete en punto. Son las seis. Quien menos prisa tiene, como siempre, es Rom�n, que purga el juego de su equipo tocando muy poco el bal�n. Le�ste tremendamente mal: toca muy poco el bal�n significa que lo lleva constantemente consigo, entre torpezas, roces, pis�ndolo de forma rara. La pelota viaja con aires de creatura agradecida, apareada, pac�fica. Los goles de Rom�n Riquelme son tan vulnerables y tienen tanto aroma que no parecen goles sino frascos de caf�.
Quiz� los sucesos de Niderbipp y la hiedra pol�tica que han desatado a uno y otro lado del Atl�ntico tengan origen b�blico. Que dos cabezas se confundan a tal grado. Entre otras cosas, Riquelme la pas� mal en Barcelona porque el equipo necesitaba magia y se le trat� como falso amuleto, siendo que a Rom�n lo que le gusta es salir a pastar. Ahora est�n all� dos excelentes jugadores que han puesto eficiencia en lugar de lujuria, ambos de corte costumbrista, Iniesta y Deco.
A la distancia, es dif�cil juzgar. Uno se atreve a enumerar los archivos del dolor como si llevara un tatuaje en cada nalga. Lo hago s�lo porque he ca�do en un feo sopor, una pereza enorme, corporativista y enmariposada que ajusta su tama�o cada d�a. Esta noche corren hilillos de sangre que los internos de Niderbipp se toman muy a pecho. Algo de culpa tiene Rom�n Riquelme con su f�tbol decimon�nico, agrarista, que raya en lo piadoso.
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Comentarios a:
mr_phuy@mail.com
Apenas rodaba el bal�n cuando la voz de un Nosferatu el�ctrico, proveniente de las bocinas del Penal, ordena entrar a las celdas a las siete en punto. Son las seis. Quien menos prisa tiene, como siempre, es Rom�n, que purga el juego de su equipo tocando muy poco el bal�n. Le�ste tremendamente mal: toca muy poco el bal�n significa que lo lleva constantemente consigo, entre torpezas, roces, pis�ndolo de forma rara. La pelota viaja con aires de creatura agradecida, apareada, pac�fica. Los goles de Rom�n Riquelme son tan vulnerables y tienen tanto aroma que no parecen goles sino frascos de caf�.
Quiz� los sucesos de Niderbipp y la hiedra pol�tica que han desatado a uno y otro lado del Atl�ntico tengan origen b�blico. Que dos cabezas se confundan a tal grado. Entre otras cosas, Riquelme la pas� mal en Barcelona porque el equipo necesitaba magia y se le trat� como falso amuleto, siendo que a Rom�n lo que le gusta es salir a pastar. Ahora est�n all� dos excelentes jugadores que han puesto eficiencia en lugar de lujuria, ambos de corte costumbrista, Iniesta y Deco.
A la distancia, es dif�cil juzgar. Uno se atreve a enumerar los archivos del dolor como si llevara un tatuaje en cada nalga. Lo hago s�lo porque he ca�do en un feo sopor, una pereza enorme, corporativista y enmariposada que ajusta su tama�o cada d�a. Esta noche corren hilillos de sangre que los internos de Niderbipp se toman muy a pecho. Algo de culpa tiene Rom�n Riquelme con su f�tbol decimon�nico, agrarista, que raya en lo piadoso.
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